AAAABV5KaO8bcSGPM7qgmXKqcun2SA74MVhFICLIvfEzEGcz66992i51Y8U3GgduzVQns2DmrrzckSdKOrZePfK7BWBTW_vp
Oldman y Banderas, al borde de lo caricaturesco.

Netflix ha estrenado por todo lo alto una película más bien discreta, esmerada en subrayar su ironía y en burlarse de los abogados detrás del estudio Mossack Fonseca, protagonista del escándalo de los Panama Papers. Apellidos como Streep, Oldman y Banderas tratan de edulcorarla. Tratan, no más.

Por Jaro Adrianzén
@jaro1096

Lo nuevo de Steven Soderbergh comparte la ruta de La gran apuesta y El lobo de Wall Street, por su decisión de colocar a Gary Oldman y Antonio Banderas -los abogados Jurgen Mossack y Ramón Fonseca- como narradores/explicadores del relato (antes hicieron lo propio, aunque en menor medida, Ryan Gosling y Leo Di Caprio, respectivamente). Pero se aleja del frenetismo de aquellas películas.

La lavandería prefiere, a ritmo sereno, priorizar el drama de las víctimas, en este caso el personaje de Meryl Streep, una de las tantas burladas por las marañas del estudio Mossack Fonseca y el posterior despelote de los Panamá Papers.

Esto último, en buena parte, ha sido utilizado como excusa marketera para la película. Y como descarado inflador, por supuesto.

Soderbergh traslada las ‘explicaciones difíciles’ de las off shores a los narradores, por más que de poco o nada sirva entenderlas.

Lo que de verdad importa es burlarse de ellos, siempre al borde de la caricatura por su vestuario y sus formas. El realizador hace lo propio con otros partícipes de ese juego en el que pocos ganan y miles pierden. Allí llega lo mejor: el pasaje de la familia afroamericana, sobrio en su desarrollo pero delirante y desenfadado en su planteamiento. Y lejano de Streep, Banderas y Oldman, por cierto. Casi como un anexo que podría ser independizado del resto del metraje.

Al otro lado, chapucero y prescindible, está el encuentro entre un funcionario y una empresaria oriental, colocado allí para subrayar la incorrección y sátira de la que ya gozaba la película.

Esa que se enfatiza con esmero hacia los minutos finales, acompañada de una sorpresa que, valga la ironía, no sorprende, pero que grafica las contradicciones de la tan anhelada y siempre exigida libertad. La que, ‘neoliberalmente’ hablando, dejó los vacíos por donde se colaron sistemas grises como el del infame estudio de abogados.